Hay una larga línea… y en el centro yo en medio de dos realidades
Miro hacia uno de los extremos… luces
adornando las calles iluminan la noche, y gente cargada de paquetes camina
cansada de recorrer comercios entre apretones. Miro hacia el otro extremo… luces en las calles que hacen más evidente las sombras donde la gente, sentada en los rincones, permanece inmóvil esperando una limosna que raramente llega.
Vuelvo la mirada, de nuevo, hacia el anterior extremo… familias que se reencuentran, se reúnen alrededor de una mesa repleta de alimentos variados, en hogares cálidos, ¡¡sonríen!! Me alegra verles sonreír y conversar animadamente, es bonito verlos sonreír felices. ¿Acaso no es así como se espera que sea la Navidad? Yo pertenecí a esa realidad… Sonrío con amargura y miro al otro lado… Personas solas… hambre, rostros afligidos, gente sin hogar en la noche fría…
Y en el centro de la línea yo, callada, ausente de ambas realidades.
Me callo… porque no quiero que se apaguen las sonrisas de la gente que aún no ven más allá de su extremo de la línea. Estoy en el centro porque, una vez abiertos los ojos y dirigida la mirada hacia los rostros afligidos, se me hace difícil permanecer en el extremo de la gran celebración, ya que eso me hace mucho más consciente de la miseria que hay al otro lado. Estoy en el centro porque no me siento capaz de dirigirme a los rostros afligidos y colocar en ellos una sonrisa. Me avergüenzo de mí misma… de solo ser un punto alejándose de la realidad en mitad de la línea. Un punto encogiéndose cada vez más…