El Sol muestra sus últimos rayos mientras, anaranjado como una inmensa e ígnea esfera, se oculta tras el horizonte. Sobre él, las tonalidades frías del cielo nocturno se mezclan con los tonos cálidos y luminosos del ocaso, las texturas se confunden en el firmamento, los colores bañan las nubes que, impulsadas por el viento, se retuercen en formas confusas. Y el cielo se convierte en un maravilloso espectáculo que revela la verdadera magnificencia de la naturaleza.
Mientras observo la hermosa puesta de sol, me doy cuenta de que bastaría que eleváramos la mirada al firmamento para que percibiéramos este maravilloso espectáculo que se nos ofrece para que nos deleitemos con él y para que seamos capaces de percibir la presencia de Dios en la naturaleza y en todo cuanto nos rodea, siempre dispuesto a sanar nuestros dolidos corazones y a salvarnos de la tediosa rutina de cada día. Puedo darme cuenta de que una mirada al cielo bastaría para hacernos descubrir cuán extraordinariamente simples y mundanas parecen nuestras preocupaciones al lado de semejante belleza divina. Una mirada al cielo... cuántas veces nos olvidamos de alzar nuestros ojos al firmamento...
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