OCASO
La noche iba a ser cálida; aun así, a esas
horas, la playa ya empezaba a quedarse solitaria.
Carolyn
salió a la terraza y miró a lo lejos… Se sentía feliz de vivir en aquel ático…
tan cerca del mar… La brisa jugueteaba con su negro y largo
cabello impidiéndole concentrarse bien en el paisaje, se lo trenzó y se acercó
a la baranda de la terraza, apoyó sus antebrazos en ella y se deleitó
contemplando el movimiento de las olas y de las nubes en el horizonte.
El
sol anaranjado había descendido casi hasta
rozar el agua del mar, que se había
teñido de un tono rojizo, y las nubes… parecía que estaban ardiendo.
Carolyn no se cansaba de observar esos efectos de
color, le apasionaba mirar al cielo cada vez que tenía oportunidad, desde el
amanecer hasta el ocaso, incluso después… cuando el cielo se cubría de
estrellas; sí, sobre todo cuando estaba cubierto de estrellas. A veces veía a
las gaviotas y a otras aves volar y sentía algo de envidia. Poder estar tan
cerca de las nubes. Podía
ser tan cambiante el cielo a lo largo del día… y cada día.
—¿Sabes?... haces que tenga celos del
ocaso —le murmuró al oído.
Ella
soltó una carcajada.
Alex
sonrió, le alegraba oírla reír; pero era cierto que sentía celos, deseaba que
ella le mirara igual que miraba al ocaso y al cielo. Deslizó sus labios suavemente
a lo largo del cuello de ella, descendiendo lentamente, y volviéndolos a subir de nuevo hasta su oreja.
Carolyn
se estremeció.
—Carol… si tú me lo permites yo te haré
llegar hasta las estrellas de ese cielo —continuó murmurándole, acercando más su cuerpo al de
ella— aquí y ahora, bajo el firmamento… que
también el ocaso tenga celos de mí…Ella sonrió.
Sentía perderse ese sublime momento, en el que el sol desaparece hasta un nuevo amanecer, pero se volvió hacia Alex, le rodeó el cuello con sus brazos y acercó sus labios a los de él.
—¿Cómo…? —murmuró ella.
Y él se lo mostró... Ascen Garci
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