jueves, 29 de junio de 2017

Mini relato (El acantilado)



En este lugar donde estoy, el viento sopla con fuerza.
Si doy un paso más… si pierdo el equilibrio, caería al vacío, soy consciente de ello, pero no tengo miedo.
El viento me zarandea a ratos, se pega a mí cuerpo como si quisiera atravesarlo.
Cierro los ojos.
Con los pies firmes sobre las rocas cubiertas de musgo, extiendo los brazos en cruz y los muevo despacio, sinuosamente adelante y atrás, como si fueran alas de paloma. Me pregunto si la fuerza de la ventisca podría llevarme planeando y depositarme con suavidad en el fondo del acantilado. Abro los ojos y pienso en ello durante un rato mientras miro hacia abajo. Una hoja flota alborotada cerca de mí, cada vez más bajo hasta llegar al suelo, se queda a mis pies por unos segundos, temblando, casi al punto de resbalar por el filo del precipicio… hasta que una ráfaga de viento se la lleva… la pierdo de vista… la imagino sumergida en el agua soportando las embestidas del mar.
Me alejo del borde del acantilado y me dirijo a un árbol situado a unos pocos metros de mí. Hojas doradas y ocres están esparcidas alrededor del árbol, muchas se mueven suspendidas en el aire. Me acerco…, y giro… y giro sobre mí misma con los brazos en cruz, doy vueltas y más vueltas entre el remolino de hojas que caen sobre mi cabeza, llega un momento en el que todo gira… puedo ver la tierra rotar alrededor del sol…me dejo caer con suavidad sobre la alfombra de hojarasca mirando hacia las ramas y el cielo. Cuando el mundo deja de moverse me incorporo, me descalzo y camino pisando las pequeñas islas de follaje que se han ido formando al pie del árbol. Al poco acabo saltando de isla en isla. Sé que cualquiera que me viera hacer todo esto pensaría que posiblemente debo de tener alguna deficiencia mental, que estoy loca, y aunque no  me importa si lo piensan, deseo que estos momentos sean de soledad… solo acompañada por el árbol. Sonrío y abrazo su tronco. ¡Siento su energía!
Recorro con la mirada el paisaje que me rodea. ¡Me sobresalto! a lo lejos, cerca de otro árbol, distingo una figura humana. Me separo del tronco con la mirada fija en esa figura. Retiro de  mi rostro un mechón de cabello, que se cruza delante de mis ojos con la insistencia del viento, que se empeña en mantenerlo ahí y no dejarme ver con claridad. Permanezco observando unos segundos… la  luz del sol me deslumbra un poco, pero soy capaz de comprobar que la silueta permanece quieta, sentada en el suelo.
Me pregunto cuánto tiempo llevará ahí.
Me giro dándole la espalda y camino de nuevo hacia el acantilado, hasta quedarme a medio pie del borde, si me centro en toda la extensión que ocupa el vacío puedo sentir que estoy suspendida en el aire, flotando sobre él.

Me quedo absorta con lo que va sucediendo en las profundidades del escarpado… las olas golpean con fuerza las rocas, las cubren, y se retiran suavemente, como si las acariciaran al despedirse. ¿Y si las rocas sintieran? ¿y si desean que las olas no se alejen? ¿y si las olas esperan que las rocas les sigan…? Imagino cómo sería…
Sonrío.

El sonido embravecido del agua al golpear las rocas y el fuerte silbido del viento me ensordecen, si pudiera bajarles el volumen lo haría.

Apenas me da tiempo de sentir que agarran mi mano y tiran de ella hacia atrás, cuando de pronto pierdo el equilibrio y me encuentro encima de alguien. «¿Qué pasa?» −Me pregunto. Enseguida me doy cuenta que he pronunciado las palabras en voz alta. El chico que hay debajo de mí me mira como si hubiese hecho una pregunta absurda.
Me aparto a un lado y me quedo sentada en el suelo recuperándome de la confusión. Quizás debería salir corriendo, alejarme de él, ya que es un desconocido y no sé ante qué clase de persona me encuentro, ni que intenciones tiene, y aquí solo estamos él y yo… nadie que pueda ayudarme a escapar de él si hiciera falta.
Pero sigo aquí, sentada. Una voz en mi interior me dice que puedo estar tranquila… y siento que, en este preciso momento, es este el lugar en el que debo estar.
−¿Estás loca? –me pregunta incorporándose y quedándose sentado a mi lado.
Frunzo el ceño, sabía que cabía la posibilidad de que después de haber estado allí, observándome, pensara eso de mí.
−¿Estás loco tú? –me defiendo− ¿Por qué lo has hecho? Podría haberme caído por el precipicio…
−Precisamente deberías agradecerme el haber evitado que eso suceda –dice, interrumpiéndome− ¿En qué pensabas para acercarte tanto al borde..? ¿No te das cuenta de que el viento  podría haber hecho que perdieras el equilibrio y cayeras al vacío?
−No tengo miedo del viento…
−Da igual si tienes miedo o no –me vuelve a interrumpir enojado− igualmente podrías haber caído…
−¿Cuánto tiempo llevabas allí sentado…antes… cerca de aquel árbol? –le pregunto con curiosidad, interrumpiéndole yo ahora, y cambiando de tema.
−Mucho –responde mientras me mira, transformando su gesto de disgusto en una reluciente sonrisa.
−Pues… sabrás que antes también estuve un rato al borde del acantilado, y no viniste a salvarme.
−Eso no lo vi… Empecé a darme cuenta de tu existencia cuando te acercaste a ese árbol al que tanto quieres –aclara, poniendo énfasis a las últimas palabras y mirándome con su amplia sonrisa.
Sé que está pensando en el momento en que abracé al árbol. Me alegro de que no se ría.
Solo sonríe, y su sonrisa transmite complicidad.
Por un momento me quedo sin saber qué decir… y dirijo la mirada hacia mis manos que, sin ser yo consciente, llevan rato arrancando trocitos de hierba a mi alrededor, como si se dirigieran por sí mismas, desconectadas de mi mente.   
 −¿Sabes? –continúa− mientras te miraba hacer todo eso me daban ganas de acercarme y hacer yo lo mismo… ¡parecía tan divertido…! pero no quería cortarte el rollo −termina diciendo, con un gesto en su rostro entre divertido y resignado.
−Tú tenías otro árbol, cerca, para ti solo –le digo sonriendo, señalando hacia el lugar donde le había visto sentado hacía ya un rato.
−¡Ah, cierto! no lo pensé, en ese momento parecía que solo en el tuyo estaba la diversión –responde, con una mueca divertida en su cara.
Me río… también él se ríe. Nuestras risas resuenan al unísono, entre el sonido del viento y el mar, formando eco en las paredes del acantilado.
Él se levanta y se sacude las briznas de hierba seca que tiene enganchadas al pantalón.
−Vamos –me dice ofreciéndome su mano. Yo la tomo y con un impulso me pongo en pie.

(Es extraño, a veces las personas conectamos así de fácil… como si nuestras almas se conocieran de mucho tiempo atrás)  

Caminamos juntos hacia el árbol, mientras el viento sigue soplando.


Las hojas nos reciben alborotadas, suspendidas en el aire, dando vueltas a nuestro alrededor…
                                      Ascen Garci








Confía en el plan que tiene tu alma
aunque no lo entiendas y ten la
certeza de que todo saldrá bien.

Deepak Chopra







“Tengo los pies en la tierra,
pero mi alma camina
sobre las nubes”

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